ANDRÉ CRUCHAGA, El Salvador
VORACIDADES
Sí, no cabe duda: el tiempo es voraz en el
ojal de ceniza de la noche.
Maúllan los gatos en el caos que llovizna
sobre el tejado: las circunstancias
nos llevan a caminos inimaginables, es enorme
el ojo de la ropa sucia
prolongado en las manos, o en la soga
estrepitosa del resuello. (En la ternura
de los ataúdes, los pies lluviosos de tantos
lugares insondables.
En las afueras del aliento la luz nos engaña
con sus matices grises: siempre
el sueño es más breve que los cansancios o los
enojos.)
Hay horas que las axilas atraviesan las calles
como los pájaros la luz del día.
La ironía pulveriza nuestras aspiraciones y
muerde las ojeras que deja
la impunidad de la intemperie.
Alguien habrá de lavar las butacas del
anfiteatro con un poquito de insolación.
Entre descomunales tiliches, los ruidos del
film en la cabeza.
En la pelambre de las horas nos enfrentamos a
la miopía del hollín, al tizne,
a la escoria, a ese polvillo de la zozobra del
cine mudo. (Hoy, claro, con más
intensidad); en la geografía del miedo no son
remotas las guacaladas de colillas,
ni las calles sin semáforos, ni las aceras con
bisutería.
Ninguna hora es virgen, ninguna superficie
tiene misterio: abundan, sí,
los proverbios, refranes, máximas, durante
este reverbero de despojos.
Siempre resulta incalculable el ruido del
mundo en mis zapatos.
¿Acaso otros tienen que pagar los platos rotos
con plegarias, repartir el hambre,
con la misma película de las supersticiones?
—Más allá de estas cobijas desprovistas de
cuerpos, hay otros ataúdes…
Comentarios
Publicar un comentario